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El malvado Caballero Blanco, azote de la humanidad

por Santiago G.R.

El Malvado Caballero Blanco, que como profetizó Controlamus ha vuelto de las sombras, ya trajo la confusión a la faz de la tierra en épocas remotas.

Hace casi cinco mil años, en los albores de la civilización, llevó a cabo desastrosos proyectos faraónicos bajo los auspicios de Zapastrosis I, un faraón hoy desconocido pues su nombre fue borrado de la lista de reyes por las sucesivas generaciones del valle del Nilo, intentando así condenar al olvido su nefasto gobierno. Hoy en día somos pocos –y poco respetados– los especialistas que conocemos la existencia de ese faraón maldito.

Algunos siglos después tablillas cuneiformes sitúan al Caballero Blanco en Babilonia, donde al parecer convenció al Rey Zapaterodonosor para que le dejara hacerse cargo de la construcción de la Torre de Babel. Llamó a tales efectos a una tribu bárbara y de inferior desarrollo cultural y técnico, los Inecones. El desastre acaecido con la Torre de Babel sería de tal magnitud que pasaría a los libros de historia. Especialistas en literatura semítica opinan que la confusión de lenguas que menciona la Biblia es un claro indicio de la pobre competencia lingüística de los Inecones.

Las reveladoras tablillas que hablan de la maldad de este dañino ente fueron descubiertas hace ya un tiempo en el templo de Baal de Palmira, donde al parecer se llevo a cabo en el primer siglo de nuestra era un poderoso ritual para exorcizar del mundo a semejante íncubo durante al menos algunos siglos. Algunos paleolingüistas han llamado la atención sobre los motivos esotéricos que pueden subyacer en la similitud del nombre del dios tutelar de dicho templo, Baal, con el sonido emitido por la cabra, el animal más versátil que existe, que siempre ha acompañado y ayudado a los pueblos del desierto, los que sobreviven en las más duras condiciones ambientales que pueda soportar un ser humano.

Sin embargo, no fue hasta fechas recientes que esas tablillas de arcilla lograron ser descifradas. Un joven arqueólogo descubrió una especie de código cifrado consistente en la omisión del símbolo que representa ciertos sonidos consonánticos. De tal manera que donde está escrito “conceto” debería leerse “concePto”, donde se lee “asurdo” debería leerse “aBsurdo”, y donde dice “correto” debería leerse “correCto”. Cayó en la cuenta al concentrar su atención en una lista de palabras que se repetían siempre que se nombraba al Caballero Blanco: “Ineto, otuso y corruto”. Doble dificultad entrañó descifrar el también frecuente epíteto “ayeto”.

Hace un par de años, durante una visita al museo de Damasco, me llamó la atención la estatuilla de un preboste mesopotámico descubierta en el alto Eúfrates, y elaborada allá por el 2.500 a.C. Supe de inmediato que la retranca de su media sonrisa quería decirme algo, sin duda nuestros caminos se iban a volver a cruzar. Le saqué una foto, y me quedé con su careto.

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