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Adiós para siempre

Eloy Orgaz

Imaginen ustedes la siguiente situación. Póngase en esta piel por unos instantes.

Un trabajador lleva más de un año viendo como, cada día que pasa, tiene que trabajar más, con menos descansos y a turnos. Su Convenio Colectivo ha sufrido diez patadas legislativas a lo largo de ese año y no le dejan negociar. De resultas de su trabajo a turnos no ve a su familia y a sus amigos. Ve constantemente como los políticos en el poder, esa casta infame y desleal que ha hundido España, le van suprimiendo día a día sus derechos fundamentales a golpe de decretazo y le culpan de los males de la empresa. Los medios de comunicación le tildan de terrorista privilegiado. Su círculo social se ha reducido hasta la inexistencia. Sus hijos se avergüenzan de comentar a que se dedica su padre o su madre. Su pareja no le ve, y cuando le ve está cabreado, malcomido y malhumorado.

Este trabajador, de cuyo buen hacer dependen las vidas de más de 200 millones de pasajeros al año, siente que la seguridad aérea se ha ido mermando día a día y que a nadie le importa. Su empresa toma constantemente decisiones que ponen en peligro la vida de millones de personas por intereses económicos espurios y un plan de privatización. El trabajador denuncia, pero sus denuncias son archivadas porque no interesa que se sepa lo que está pasando.

Va a trabajar a diario preguntándose si hoy ocurrirá un accidente y él será responsable.  Se cruza por la terminal del aeropuerto con miles de pasajeros que desconocen la situación y que piensan que volar es seguro porque la terminal tiene unas carísimas tiendas y unos suelos de mármol impoluto que han costado millones. Este trabajador tiene grabadas a fuego en su cabeza las imágenes de un avión estrellado, las víctimas, las ambulancias, la columna de humo y fuego en la distancia. El horror absoluto. Baja la cabeza y esquiva las miradas de los pasajeros. Tiene ganas de llorar. Tiene ganas de salir corriendo y desaparecer para siempre de toda esta sinrazón.

Y así durante meses y meses. Y día tras día. Y semana tras semana.

Y un día, vísperas de un gran puente, se entera de que al día siguiente publicarán otro decretazo en el que pone que tendrá que devolver a su empresa los tres días de permiso legal del que disfrutan todos los demás trabajadores si falleciese su madre porque la empresa se ha negado a contratar a más personal y ha calculado mal sus necesidades de jornada.

¿En que condiciones psicológicas va ese día el trabajador a su puesto de trabajo?

El ser humano es una máquina que puede reventar. Y el viernes 3 de diciembre muchos lo hicieron.

La preguntas pertinentes ahora son:

¿Se debe culpar al trabajador acosado hasta el abismo, o a los que le han llevado a él?

¿Por qué se le ha llevado a esa situación?

¿Que se esconde detrás de las decisiones políticas y económicas de su empresa y del Gobierno que han desencadenado esa situación?

¿Que gestores de la empresa y miembros del Gobierno son responsables de esa situación?

¿A que han jugado los medios de comunicación durante todos estos meses? ¿a informar o a buscar el morbo?

Ahora estoy sentado en mi posición, con personal armado detrás de mi. Dicen que me han militarizado, y dicen que eso es ilegal e inconstitucional. Me han prohibido abandonar la Comunidad de Madrid. Llevo tres días a base de ansiolíticos, y no lo he dicho a los militares por miedo. No me atrevo a ir a ver al médico de la Seguridad Social por si me linchan en la sala de espera. No se qué será de mi.

Tengo que ir a declarar a la fiscalía en un par de días. Buscan un chivo expiatorio, evidentemente.

Señores pasajeros: lo que a mi me pase ya poco me importa. Me importan ustedes, que están volando de nuevo pensando que todo va bien.

Durante todos estos meses yo he hecho lo que he podido. Pero ya no puedo más.

Siento pena por todos ustedes, por España y por mi familia.

Adiós para siempre.

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