No me estresen al controlata
“Lo último que quiero es que la persona que se encarga de que mi avión aterrice, circule y despegue de forma segura esté al límite de la extenuación por el cansancio acumulado o al borde de un ataque de nervios por las acusaciones injustas del Gobierno.”
Pablo Molina.
Si hay un gremio con el que la administración debería ser especialmente considerada en cuanto a sus derechos laborales ése es el de los controladores aéreos, unos señores (y señoras) de cuya labor depende la seguridad de los que utilizamos el avión, especialmente los que lo hacemos a menudo.
Montarse en un avión ya supone un cierto grado de intimidación, porque eso de que un artefacto de varias toneladas se eleve por los aires y pueda maniobrar en el despegue y el aterrizaje es algo que el ser humano no comprende de forma intuitiva. Sólo falta que, además de tener que aceptar esa aparente contradicción de las leyes de la naturaleza, uno deba andar preocupado por si el controlador que se ocupa de su vuelo lleva veinte horas a base de cafeína en vena y ya tiene dificultades para ver correctamente la pantalla de datos de la que depende tu vida y la del resto de ocupantes de la aeronave.
No sé lo que gana un controlador aéreo y supongo que, como en todas las profesiones, habrá golfos y vagos mezclados con trabajadores responsables que se toman su labor con toda seriedad. Si es cierto que ganan lo que dicen que ganan, y eso provoca una envidia invencible, lo mejor que puede hacer la administración es contratar a más personal y eliminar todas las horas extras y demás pluses. Y si el ministro Blanco no es capaz de cuadrar las cuentas de AENA, que busque otras fórmulas de gestión, porque es difícil admitir que una función esencial en una economía moderna como el control del tráfico aéreo no pueda ser rentable gestionada con criterios de pura empresarialidad.
Los que frecuentamos el uso del avión hemos experimentado en las últimas semanas algún tipo de retraso, oficialmente achacado a la “congestión del tráfico aéreo” y oficiosamente a que los controladores están practicando una huelga encubierta. En contra del sentir mayoritario de los afectados, a mí me da igual llegar un poco más tarde a mi destino si lo voy a hacer de forma segura y si para solucionar ese problema, sea el que sea, hay que contratar a más controladores es deplorable que el Gobierno regatee un dinero que despilfarra en los asuntos más absurdos.
Lo último que quiero es que la persona que se encarga de que mi avión aterrice, circule y despegue de forma segura esté al límite de la extenuación por el cansancio acumulado o al borde de un ataque de nervios por las acusaciones injustas del Gobierno. Espero que se alcance pronto una solución, pero conociendo la capacidad de Pepiño, no sería raro que el hilo musical de los aviones consista dentro de poco en el Santo Rosario.
Pablo Molina es miembro del Instituto Juan de Mariana.
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