Estado de alarma,  Opinión

Estado de miseria

LUIS PRATS PÉREZ

No es una cifra escogida al azar, ni resultado de un complicado algoritmo, son euros contantes y sonantes, son los que a partir de ahora van a dejar de percibir los parados de larga duración. Cuatrocientos veintiséis euros a los que tenían derecho con requisitos que en casos obviaban las penosas realidades. Personas  con rostros, con familias, con triste pasado e incierto futuro que dependían de esos pocos euros para subsistir, para ir tirando, para complementarlos con ayudas sociales que en forma de alimentos reciben de organizaciones y/o en casos sumando las contribuciones de sus entornos familiares. Personas que pasarán de la pobreza a la desesperación.

El Estado de alarma prorrogado, con el que el Gobierno trata de reprimir las aviesas intenciones de los controladores, con recortes de derechos y tan confusa como manoseada excepcionalidad, no es percibido por el conjunto de la ciudadanía más que en su antipática y sospechosa puesta en marcha en prevención de riesgos. La alarma que si llega nítidamente a la sociedad es el progresivo crecimiento de la pobreza en nuestro país. La escasez de recursos en los que se ven abocados día a día miles de españoles que siguen ingresando en el paro y cientos de miles que se ven imposibilitados de abandonar la situación de desempleo, se torna en alarma estridente. El deterioro de su día a día. Cuando cientos de miles se van a ver despojados hasta de esos escasos euros que al menos les ayudaban a malvivir entre los desesperados, suena la alarma social y algunos afortunados disfrutaran del calor familiar como vía de escape transitoria en estos gélidos días navideños.

Estado de miseria que se prolonga demasiado en el tiempo sin que nadie sea capaz de acabar  con sus causas, con las raíces de tanta impotencia, de tanto decaimiento social, de tanto pesimismo acumulado. Las desesperadas medidas tomadas por el Gobierno para combatir la crisis, vienen a cebarse con los de siempre, con los más desprotegidos, con los más débiles, con los que sufren en sus carnes la exclusión social. La iniciativa que no hace tanto se celebró como triunfo de la política social, del sentido del Estado del Bienestar, de la protección a las capas más desfavorecidas, se torna en escaso tiempo en decepción, en desaliento, en desconfianza cuando se decide reducir gastos en las partidas más cómodas y no se rebajan contablemente otras de gastos suntuarios, que en  nada inciden en el beneficio común.

No se adivina la necesidad del derroche de dinero público en televisiones autonómicas por doquier, en proyectos de dudosa rentabilidad social y económica, en financiaciones de asociaciones afines al poder gobernante de cualquier administración, en eventos para la sociedad que no sociales, en abundantes asesores, demasiadas sinecuras, es más ofende cuando nuestras calles vienen siendo hogar habitual de cada vez más parias, cuando las familias tienen que acudir al rescate de sus hijos más desfavorecidos, cuando el trabajo se ha convertido en un artículo de lujo lejos del alcance de más de cuatro millones y medio de ciudadanos en postrado mísere nobis.

La imagen captada por Pilar Cortés, publicada en el INFORMACIÓN del pasado martes, en la cola de reclamaciones por el impago de los 426 euros vale más que mil palabras. En ella una joven de rostro lánguido y espíritu abatido, se agarra fuertemente a la mano de su pareja como si en esa intimidad protectora estuviera su última tabla de salvación. Al fondo gentes de todo tipo con mirada perdida y rictus de seriedad en cara y cuerpo, esperan con paciencia infinita les informen de su exigua pero vital prestación. Lo superfluo, lo suntuario de unos acaba en miseria de otros.

http://www.diarioinformacion.com/opinion/2010/12/21/miseria/1077532.html

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