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Sociedades de bajo coste y Deudalismo

Javier Benegas

El empobrecimiento paulatino de nuestra sociedad ha desembocado a su vez en dos fenómenos a priori contradictorios: productos y servicios de bajo coste y una tendencia imparable al endeudamiento. Según crece el número de ciudadanos que se encuentran al borde de la pobreza, y la renta disponible de las clases medias mengua, la única forma de que las empresas de productos y servicios de gran consumo puedan mantener y aumentar sus ventas – en espera de que emerjan de una vez los mercados por siempre emergentes – es abaratándolos.

Esta lógica estrategia ha traído consigo, para colmo de males, problemas añadidos que a su vez inciden en el agravamiento de nuestro empobrecimiento social. La deslocalización es el más evidente. Muchas empresas optan por fabricar en el extranjero, instalando sus fábricas en países donde el Estado de bienestar está por desarrollar y que, por lo tanto, ofrecen unos niveles salariales bajos y una conflictividad laboral casi inexistente al amparo, en muchos casos, de gobiernos totalitarios o, en su defecto, de muy baja calidad democrática.

El resultado es poder colocar en nuestro mercado muchos productos y servicios a un precio contenido que, de otra forma, quedarían fuera del alcance de la mayoría de los consumidores: billetes de avión por el mismo dinero que cuesta llenar el depósito de gasolina de nuestro coche, aparatos electrónicos de todo tipo en constante oferta, ropa y calzado a precio de saldo y alimentos precocinados y restaurantes de “comida rápida” que proporcionan por poco dinero una solución de compromiso a una dieta de subsistencia. Claro que no todo es de color rosa. El aumento de reclamaciones de los consumidores es proporcional al auge de los productos y servicios de bajo coste. El overbooking y los constantes conflictos en los vuelos de compañías aéreas Low Cost, creadas como oportunidades de negocio a la sombra de una demanda social cada vez menos pudiente, el aumento imparable del número de reclamaciones por productos defectuosos y la cifra creciente de personas obesas, con problemas de salud a causa de una dieta deficiente, muestran el verdadero rostro de la sociedad de bajo coste.

“este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables”

Al mismo tiempo que la oferta de bajo coste se ha hecho interminable, ha habido una compulsión creciente hacia la adquisición de productos y servicios premium, articulada en torno al dinero barato y a una política crediticia de bancos y cajas rayana en la relajación total del control del riesgo. Nunca antes en España se han hipotecado más viviendas ni ha habido tantos vehículos de marcas lujosas circulando por las carreteras de nuestro país. La capacidad de endeudamiento que se ha alcanzado ha generado un nuevo y peligroso fenómeno: el Deudalismo. Hasta el punto de que si tuviéramos que devolver en un solo pago el dinero solicitado a crédito (por parte de particulares, empresas e instituciones públicas), sería necesaria una cantidad equivalente a dos veces el Producto Interior Bruto del país para saldar la deuda. Pero para el poder político este imparable aumento del endeudamiento de los ciudadanos ha representado varios beneficios que no sólo han disuadido de cualquier llamada a la prudencia sino que han estimulado una comunicación institucional basada en un eufórico autobombo. De una parte, porque la percepción general ha sido de bonanza económica y de un engañoso progreso social. Y de otra, porque cuanto más consumo interno: más crecimiento económico, más ventas, más IVA, más superestructura, más impuestos, más corrupción y más expolio.

Pero esta compulsión a endeudarse en base a una euforia colectiva, fruto de varios años de dinero barato y crecimiento económico basado sobre todo en el elevado consumo interno y la pura y dura especulación financiera, no ha sido privativa de los ciudadanos, ni mucho menos. Es más, este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables.

En el paroxismo de este clima engañoso de lucro fácil, los grandes grupos industriales y la banca en su conjunto, se han ido sumando a la propagación de esta ilusión del dinero fácil, anunciando año tras año beneficios extraordinarios a sus accionistas, con plusvalías de miles de millones de euros para, a continuación, aprobar planes estratégicos cada vez más ambiciosos y arriesgados. El resultado ha sido catastrófico. Muchas empresas han optado por ir dejando de lado sus actividades ordinarias y se han embarcado en aventuras mercantilistas, fiadas al puro rendimiento especulativo y al favor político. En un principio, comprometiendo el capital propio y desinvirtiendo en actividades convencionales, y en los últimos años, empeñándose en créditos cada vez más elevados, es decir: endeudándose muy por encima de sus posibilidades.

Ante este panorama, muchos aventajados ejecutivos, y responsables de grandes bancos, han aprovechado para enriquecerse hasta cotas inimaginables; unos comprando y otros poniendo en el mercado productos financieros cuyos activos habían sido previamente sobrevalorados. La codicia ha hecho el resto. El dinero, tanto propio como a crédito, ha sido lanzado en masa en busca de una rentabilidad mayor e inalcanzable para cualquier otra actividad productiva. Cuando las condiciones económicas mundiales han mostrado los primeros signos de agotamiento, y el dinero, en consecuencia, ha empezado a tener un valor más acorde con los precios al alza del petróleo, materias primas y alimentos, muchas de estas grandes empresas, bancos y cajas se han encontrado de la noche al día con que en vez de beneficios y liquidez lo que tenían era deudas colosales. Y, en muchos casos, sus garantías no eran más que planes estratégicos inabordables, productos financieros “creativos”, activos sobrevalorados o hipotecas infladas y concedidas a personas cuya solvencia se había vuelto más que dudosa.

El exceso de liquidez y el bajo valor del dinero, así como la proliferación de actitudes oportunistas, que han desincentivado el trabajo y el esfuerzo, ha traído consigo un modelo económico que, en apariencia, era capaz de generar, en poco tiempo y sin muchos quebraderos de cabeza, una riqueza fastuosa. Esta eufórica percepción de la economía ha sido a su vez trasladada al ciudadano mediante una abrumadora publicidad, tanto pública como privada. Nada era imposible o inalcanzable. No importaba carecer del dinero con el que pagar una propiedad, producto o servicio. La capacidad de endeudamiento era ilimitada. Cualquiera podía acceder a un nivel de vida por encima de sus ingresos mediante el peligroso procedimiento de asumir préstamos cada vez más elevados y prolongados en el tiempo. Los tipos de interés estaban en niveles históricamente bajos, y endeudarse no representaba un excesivo coste financiero. Y nada hacía presagiar que la bonanza económica fuera a llegar a su fin.

Pero el caso es que el Deudalismo, finalmente, ha desembocado en la mayor crisis económica conocida hasta la fecha. El mes de septiembre de 2008 pasará a la Historia por ser el periodo en el que todo Occidente, y con él España, empezó a despertar a la cruda realidad. El tsunami económico alcanzó velocidad de Mach 1, y fueron muchos los incrédulos que por fin pudieron contemplar en primera fila la cresta de la gigantesca ola elevándose sobre el horizonte.

Pero el poder político no va a permitir que millones de ciudadanos despierten a la cruda realidad. Al menos sin la correspondiente dosis de anestesia. Como en toda mala película de suspense, el final va a obedecer a un artificio tramposo que busca hacer un guiño al público menos entendido, mientras hunde en la miseria la capacidad creadora del ser humano. El intervencionismo político, hasta ayer omnipresente como un pésimo actor de reparto, va a asumir sin disimulo la labor estelar de productor ejecutivo para tomar el control a costa de lo que queda del dinero del contribuyente. Incentivados por el dinero barato y unos organismos y entes reguladores politizados, los desmanes y locuras que se han cometido durante estos años no tendrán el merecido colofón. No habrá un final necesario, con su correspondiente moraleja, del que tomar buena nota. Las enseñanzas morales no van con el estilo de nuestro tiempo, donde el héroe es tildado de idiota y los malos resultan a la fuerza simpáticos con tal de que el espectáculo continúe un día más, es decir: pan y circo para todos. No hay nada que aprender. Sólo aceptar la consagración por la vía política de un nuevo modelo económico que se proyecta sobre los cimientos de una colosal deuda. El Capitalismo, por fin muertos y enterrados sus principios, se ha reconvertido al Deudalismo: un nuevo régimen económico, engendrado a partes iguales entre la pura y dura estafa de personajes sin escrúpulos, capaces de usar sus colosales pufos como chantaje, y el intervencionismo de una clase política con la mirada siempre puesta en el mantenimiento de sus privilegios. El antídoto, dicen, se llama socialdemocracia. Así pues, bienvenidos a la instauración del expolio como sistema político.

Pese a todo este desastre, y lo que está aún por venir, la colosal imaginería de esta comunicación que nos envuelve, tanto política como privada, sigue generando realidades virtuales donde sus personajes – seres simples y vacíos de contenido – se nos muestran despreocupados y felices. Hoy más que nunca los ciudadanos vivimos y trabajamos, y nuestros hijos crecen y se forman, en un entorno tomado por una comunicación masiva que difunde de manera incesante modelos sociales artificiales. Dotados de una proverbial sensibilidad hacia los problemas globales, como la pobreza mundial y el cambio climático, estos modelos son una trampa que desactiva todas las alarmas y extingue los valores fundamentales e intemporales, condenando a los individuos a una situación de precariedad personal, donde el fracaso, el relativismo y el descreimiento son el único horizonte posible. Cada vez se hace más evidente, a poco que reflexionemos y analicemos nuestro entorno, que vivimos acomodados en una democracia de baja intensidad que está dando lugar a una sociedad civil de bajo coste – ya casi de saldo -, mientras que la superestructura política se vuelve cada día más gravosa, elitista, autoritaria, voraz e insaciable.

http://www.laterceraola.org/2011/03/sociedades-de-bajo-coste-y-deudalismo.html

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