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Blanco se irrita

ALFREDO AYCART
Día 31/07/2011
Es casi irremediable en todos los ámbitos, y se expande con singular virulencia en el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, la proliferación de dirigentes que intentan compensar con autoritarismo su falta de autoridad moral. Son tan numerosos y de perfil tan parejo que podría establecerse el axioma de que la frecuencia de los modales y comportamientos dictatoriales suele ser directamente proporcional al grado de mediocridad de quien los practica.
El principio matemático podría muy bien ser reconocido como «Teorema de Pajín», por la afición de la ministra en ese tipo de actitudes. No obstante, el acelerado tránsito a la irrelevancia y la paralela reducción del corifeo de la hija de la tránsfuga reduce considerablemente sus posibilidades de apadrinar el fenómeno por falta de seguidores interesados en sus cada vez más patéticas salidas de tono. Es tan patente ya la decadencia de la aún titular de Sanidad que apenas consigue cosechar otras portadas que las relacionadas con sus vacaciones en la playa, y se encamina a pasos agigantados hacia el ostracismo en que se mueven otras compañeras de cuota del ejecutivo, tan prescindibles que hasta da pereza rebuscar sus nombres y funciones en las hemerotecas.
No es el único complejo de acusada sintomatología que prolifera en el gabinete. El de marisabidilla se lo contagió María Teresa Fernández de la Vega a casi todos sus compañeros, pese a que estos no sabían en general de qué hablaban, al contrario que una vicepresidenta poseedora de una sólida formación jurídica y política. Desde su desairada salida, los ministros más iletrados compensan sus evidentes carencias con una sumisión inalterable a las ocurrencias del líder.
Desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba de los Consejos de Ministros, aunque persista su esencia en las postreras deliberaciones previas a la contienda electoral, es a José Blanco a quien le correspondería asumir su capacidad para la invención de estrategias de laboratorio. Pero el titular de Fomento no es químico, y le falta por ello la habilidad para la formulación compleja del candidato socialista a la presidencia. La frustración inherente a sus carencias sirve de catalizador para sintetizar todas las dolencias de sus colegas.
Convertido en compendio de ignorancia y autoritarismo e incapaz de asumir la crítica documentada, Blanco se ha permitido arremeter con cruenta saña contra los técnicos de la Xunta que han cuestionado en un sereno informe los últimos plazos marcados para la culminación del AVE que enlazará Galicia con Madrid. La exagerada virulencia del ministro, huérfano de argumentos, acrecienta las sospechas de incumplimiento, uno más, en un proyecto que hace ya un sexenio que debiera haberse terminado, por más que los dirigentes de Adif, la voz de su amo, refrenden sus calendarios voluntaristas.
Carece de autoridad moral Blanco para exigir que se crean a pies juntillas sus promesas, entre otros motivos porque están fuera de las posibilidades de alguien que no será ministro en un horizonte temporal ya visible. Pero sobre todo, se equivoca profundamente al pagar con los funcionarios del Gobierno gallego su irritación por el acelerado desplome del castillo de naipes socialista. Alguien debería pedirle más sosiego y explicarle que es más que dudoso que contribuya con exabruptos a despejar las amenazas de descalabro electoral que se ciernen sobre su partido.

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