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La fractura del sistema aeronáutico

España se ha librado por el momento del cierre masivo del espacio aéreo europeo. Las cenizas de un volcán islandés de nombre impronunciable han puesto a prueba la unidad de medidas técnicas y políticas en el seno de la Unión Europea y la fortaleza del sistema aeronáutico. Las iniciativas del cielo único europeo fallan estrepitosamente la primera vez que se las pone a prueba.

Las asociaciones de compañías aéreas han cuestionado, irresponsablemente, el cierre del espacio aéreo, y la soberanía de los países a la hora de tomar esta medida. Los accidentes ocasionados por la ceniza volcánica en el pasado no parecen ser razón suficiente para que prime la seguridad frente a su cuenta de resultados, lo que dice bien poco sobre su compromiso con la seguridad.

El ministerio de Fomento no ha sabido estar a la altura de las circunstancias al no valorar a tiempo la posibilidad de utilizar nuestro espacio aéreo como vía de escape a la situación planteada en centroeuropa. Ha tenido que ser el Gobierno Británico el que sugiriese la medida, lo que ha pillado a la presidencia española de la UE y al ministerio de Fomento español con el pie cambiado, probablemente fruto de su embriaguez de victoria y demagogia.

Los controladores aéreos europeos llevan cinco días haciendo juegos de bolillos para habilitar pasillos aéreos, niveles de vuelo y procedimientos que permitan a las aeronaves sortear la mortal nube de partículas de roca. Lo que los usuarios del transporte aéreo deben saber es que las decisiones técnicas no pueden verse condicionadas por presiones económicas o políticas. La historia ha demostrado sobradas veces que aquellas materias relativas a la seguridad deben ser valoradas siguiendo el principio de prudencia exclusivamente. El accidente nuclear de Chernobyl es un buen ejemplo.

Legislar en materias sensibles a la seguridad con la vista puesta en privatizaciones, cuentas de resultados y abaratamiento de costes debilita la cadena de seguridad. Ante cualquier emergencia natural sobrevenida, como es el caso del impronunciable volcán islandés, el sistema puede no responder por encontrarse ya en niveles de servicio precarios, y sucumbe. Es esta una suerte de osteoporosis aeronáutica que hace que un hueso se rompa ante la más mínima presión.

La inexplicable carencia acumulada de controladores aéreos, agravada por la ley recién aprobada, amenaza a la prestación del servicio. La sustitución de los controladores por personal poco cualificado como los oficiales AFIS, otro tanto de lo mismo. La presión desmedida que se mantiene sobre los controladores debilita sus aptitudes. Es cuestión de tiempo que un pequeño hecho fortuito haga quebrar la cadena de seguridad, y tengamos todos que lamentar las consecuencias. Avisados están ustedes.

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