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3D2010: Todo fue una farsa

Tal día como hoy, hace 10 años, el Ministerio de Fomento y AENA tomaron la decisión manu militari de cerrar el espacio aéreo español. Supuestamente justificaron tal decisión al imputarnos a los controladores aéreos españoles, el abandono de nuestro puesto de trabajo de forma masiva, súbita y coordinada. Como analogía la propia Aena, en boca de su presidente Lema Devesa, dijo que “era como si un cirujano dejase a su suerte a un paciente en la mesa de operaciones en el transcurso de una intervención quirúrgica”. Según datos oficiales de la propia AENA se vieron afectados unos 650.000 pasajeros, por la cancelación de 4.510 vuelos, durante las 24 horas en que se mantuvo el espacio aéreo cerrado. La interrupción del tráfico aéreo durante aquellas horas fue considerada por el gobierno de Zapatero como causa suficiente para declarar el primer Estado de Alarma de la democracia española. A instancias del Fiscal General del Estado de la época, Conde Pumpido, los controladores fuimos acusados de un delito de sedición apoyándose en una ley preconstitucional de 1964 parcialmente derogada.

Esa es la versión oficial que desde el primer momento se infiltró y se expandió por capilaridad en todo el tejido social del país. Los medios de comunicación, más bien la mayoría de ellos, fueron meras correas de transmisión del argumentario oficial sin apenas hacerse preguntas. Es sabido que, ante problemas complejos, la opinión pública demanda explicaciones sencillas. Y lo sencillo entonces fue hacer a los controladores aéreos españoles responsables únicos de aquel caos.

Han pasado diez años desde entonces, el tiempo suficiente y necesario, para que salgan a la luz otras versiones. Entre ellas, vamos a destacar hoy la versión recogida por un controlador aéreo, en forma de libro, que acaba de publicarse: Todo fue una farsa.

En sus páginas, el autor pretende desmontar una a una todas las falacias vertidas contra el colectivo al que se siente orgulloso de pertenecer. En un recorrido cronológico que arranca con el nacimiento de la profesión, en la década de los años sesenta, el autor relata, analiza y reflexiona sobre el devenir de las relaciones laborales entre los controladores aéreos y la empresa que los empleaba hasta el año 2010. Aquel año acabó con la implosión de una crisis, gestada cuatro años antes, que derivó en un monumental caos aéreo en el puente de la Constitución.

Lo sencillo sería ahora culpar exclusivamente a la empresa, sin embargo, el autor también es capaz de hacer un ejercicio de autocrítica. Si los controladores aéreos habían cometido errores en el pasado, también lo había hecho la empresa en aquella época.  A partir del año 2009 fue AENA y el Ministerio de Fomento quienes, por cuenta de la Ley del Péndulo, cometerían muchos más y de mayor transcendencia. El zenit del péndulo llegaría hasta la derogación de un convenio colectivo en vigor por real decreto gubernamental y meses más tarde con la ficticia militarización de un colectivo de trabajadores, la posterior declaración del Estado de Alarma de dudosa legalidad y la comparecencia de un total de 442 controladores ante un juez de instrucción, acusados de un delito de sedición. Un delito sobre el cual el Tribunal Constitucional se había pronunciado en el año 1981, en referencia al personal funcionario, para decir que la acusación de sedición implicaba la voluntad de subvertir la seguridad del Estado. Lo que era llanamente un conflicto laboral entre 2.000 trabajadores y su empresa se transformó interesadamente en un conflicto contra el propio Estado. Ante los tres poderes del Estado, alineados todos ellos contra el colectivo, y el cuarto poder, haciendo de palanca, era prácticamente imposible salir airosos del envite.

Todo aquel proceso resultó ser la antesala de lo realmente importante: la privatización de AENA. Una de las pocas “joyas de la corona” que le quedaba al estado español.  En el gran puzle de la privatización había una pieza que no encajaba: los controladores aéreos, el sindicato USCA que los representaba y un convenio colectivo muy garantista. Primero, se dinamitó desde sus cimientos el convenio (vaciándolo prácticamente de contenido), más tarde  arrastró con su nefasta gestión al colectivo a un callejón sin salida y al final se pretendió destruir al propio sindicato. En las páginas del libro, en su capítulo Sigan el rastro del dinero, podrá el lector comprobar quienes fueron los beneficiados de la profunda transformación del sistema aeroportuario y de navegación aérea española. Al contrario de lo prometido por el gobierno, no fueron las compañías aéreas ni los pasajeros quienes obtuvieron los beneficios: subieron las tasas y los precios de los billetes aéreos una media del 40% respecto al 2010. Todo el mundo salió perdiendo a excepción de las consultoras, bancos y fondos de inversión. Entre los años 2015 y 2019 AENA repartió, en forma de dividendos, entre sus accionistas más de 3.600 millones de euros. Decía Moliere: “El dinero es la llave que abre todas las puertas”

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